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Día casi en blanco. Deseo beber vino o cerveza. Si lo
hago, la cago.
Empecé a leer el libro que compré en Hernández. Nada
para reportar; veamos si me engancha más adelante. Otra vez: pobre escriba. Él
no tiene la culpa de que a mí ahora no me cope engancharme en el tipo de
investigación que él encaró con tanto esmero y papel.
Hallé que es diferente leer el Página en línea
que en papel. Prestás mucha más atención al papel. La lectura en línea es vaga,
descuidada, desvanecida, indistinta. Gracias al papel me enteré de la Feria del
Libro Anticuario en el antiguo Palacio de La Prensa, en Avenida de Mayo. Allá
iré. Mañana. O pasado
A la tardecita fui a caminar para sacudir la resaca,
desde Puán hasta un poco más al este de Parque Rivadavia. Caminé con ganas y
estuve a unos 900 pasos de los 10.000 que se me requería. Buen trabajo, me alentó
desde la muñeca el compañero reloj fabricado por Apple. Cuando volvía encontré
otra singularidad actual de los habitantes de esta comarca. Mientras esperaba
cruzar una calle menor, un tipo de unos 60 años, rostro cetrino y de anteojos,
se largó a cruzar pese al hombrecito rojo del semáforo que le ordenaba esperar.
No habría habido inconveniente material si el cruce estuviera despejado pero no
fue así: un presuroso vehículo con el derecho de paso casi se lo llevó por
delante al tiempo que le reclamaba la infracción, airado y a los bocinazos. El
peatón siempre tiene prioridad se nos enseña en la escuela, salvo casos de fuerza
mayor. El tipo de rostro cetrino entrevió al hombrecito rojo del semáforo, me
consta. Sin embargo le descerrajó al auto esas puteadas épicas de las que son
solo capaces los ciudadanos porteños y los entenados de esta ciudad. El
incidente contribuye a explicar el voto al presidente electo. La evidencia se
manifestó a los ojos de quien quisiera verla, pero se emperraron a sabiendas en
el yerro. Si la vieron no le hicieron caso.