05 - 12 - 23
Mañana
No sé si debiera hacer un plan de visitas en Mendoza o
no hacer nada y quedar mal con todo el mundo. Hasta ahora soy de la tesitura de
dejar que el viento me conduzca donde mejor le parezca. Falta todavía.
Haremos cornudos trámites hoy y después yo tranquilo,
en casa, trataré de avanzar con Montoneros del centro, al que todavía,
no por su falta, no le pesco el gustito. Debo abstraerme del pensamiento
negativo de que esta lectura es una monumental pérdida de tiempo. Ya veo con
reticencia que si no es el último libro que leo este año le pasará cerca. No
muy alentador, pero en fin, ha sido un año mediocre por decir lo menos.
Tarde
En el subte A camino a casa, luego de alienantes
interregnos por un par de bancos y un lomo a la mostaza en el London City de
Avenida de Mayo junto a Cortázar, se nos sentó en la fila de enfrente una mujer
atractiva de unos 50 años que no paró de hablar hasta la estación Castro
Barros, donde bajó. Era de tez blanca, pelo largo lacio y entrecano, ojos
claros, no te podría decir si celestes o grises. Cara redonda, un poco
mofletuda pero de ninguna manera desagradable. Era una Laura Linney pasajera
del subte. Se quejó de que se había vestido para frío y en vez se estaba
muriendo de calor. Tenía unos pantalones grises de gimnasia y un sweater
liviano, blanco con tonos también grises, nada espectacular. Calzaba botas
negras que decía le hacían hervir los pies. Agradeció poder sentarse debajo de
la boca del aire acondicionado del vagón, un poco exagerada la mina porque tanto
calor no hacía. Después de lo del tiempo se lanzó con esos intercambios
casuales de los seres alegres que desparraman una incontinencia verbal que mortifica
a los tímidos. A mí me ponía incómodo no por los asuntos de que hablaba sino
porque siempre deploré que los demás pasajeros escucharan plena una
conversación privada, en este caso su conversación casi unilateral dirigida a
nosotros. Pero no del todo incómodo porque la mujer, a más de locuaz parecía
vecina del barrio, conocida de algún lado, bien dispuesta. Mi pareja me susurró
que debía ser una divorciada reciente. Yo me ilusioné con esa punta antes de
recordar las arrugas del cuello y las bolsas de los ojos – los míos. Por ende
seguro que solo se trataba de una mujer lozana y agradable que deseaba charlar y
a quien, cuánto lo lamento, no hemos de volver ver en el resto de nuestras
vidas. Qué pena no haber quedado para un café.
Noche
Asistimos a la librería Caburé en calle México para la
presentación de un libro La democracia en cuestión de Mariano Pacheco
presentado por Eduardo Rinesi y el autor. Día de lluvia, ánimos por el suelo,
falta de guita han de haber sido algunas de las razones por las que el único
público fuimos nosotros dos, Nadie se arredró sin embargo. Los presentadores,
como los estaban grabando, hablaban como si se dirigieran a multitudes. Como
todas las charlas de Rinesi esta no le fue en zaga a ninguna de sus anteriores.
Leído y lector atento, de esos que escasean, dicharachero, campechano, sabihondo,
más compañero que profesor sin dejar de ser profesor. El pibe autor,
autodidacta según me dijo, buen expositor. Me apresto a reseñar su libro.
Deseo, con su lectura, sorprenderme. No pregunté qué opinaban de Semán, la
gente de El Dipló y la editorial Siglo XXI.
A las 22:00 crisis momentánea de pareja por olvido de un medicamento que necesitaba para el test de mañana en el Favaloro. Juramento de separación. Quilombo aún no resuelto y todavía tenemos que prepararnos para el viaje a Mendoza. Me cago. Demasiadas cosas este día.