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Escuchamos en vivo y en directo al ministro de Economía,
un turro que había llevado a cabo catástrofes en el gobierno del gato, ahora, cubierto,
da un speech pregrabado para que no lo jodan. Ajeno, al presidente no se
lo visualiza. Andará con su hermana tratando de comunicarse con perros muertos
en su suite del Hotel Libertador. En todo caso que después le echen la culpa al
fusible que puso o le pusieron en Economía. Uno de los tantos sobrinos de mi
pareja, un actor que vive como puede de la comedia, se agarra la cabeza.
Nosotros miramos para otro lado para no avergonzarlo. Prevalece la imagen de Terminator
I que sueña recurrentemente Linda Hamilton cuando empiezan a explotar bombas
atómicas en el Día del Juicio, un silencio que aturde, una luminosidad inmensa
y después el fuego que lo devora todo. Iba a decir, “este va a durar lo que un
pelado en la nieve”, pero no estoy convencido. De nuevo, me siento culpable de
tener la opción de poder rajar, aunque esta vez sea a mi otro hogar.