09 - 12 - 23

Al tercer día, la luz. Me traen la valija, intacta pese al traqueteo. De puro resignado no me quiero cambiar los pantalones que ya pueden caminar solos de mugre.

Compramos regalos mendocinos para nuestra gente de Canadá y los conocidos de Buenos Aires. El viaje de cinco días se justifica por los regalos: vino fino, vino patero, dulce de alcayota, alfajores de la zona, etc. Somos lo que compramos. Hemos cumplido.

Tarde noche

Amigos de amigos y familiares, pudientes y cordiales, nos invitan a un asado en Chacras de Coria. El camino, arduo y polvoriento porque están renovando la ruta, tarea monumental que según quien nos conduce la encara el gobierno provincial sin guita de la Nación; declaración honesta pero que suena insostenible. Se nota a las claras que el conductor simpatiza con la autoridades gubernamentales y seguro que sospecha que nosotros no. Pero el conductor es amable y generoso, radicalmente distinto de la vieja (que debía ser menor que yo) de la mercería sobre la calle General Paz.

A Chacras de Coria la han extendido hacia el pedemonte con depredadores barrios privados, populares entre los ricos mendocinos. La ruta que están construyendo la hacen para ellos.

El anfitrión, un hombre del palo, buen tipo, me regala la nueva edición de una novela que ya me había regalado antes. Para los amigos y demás que gustan pensarme como un personaje de ficción, en esta novela encontrarán justificación para sus elucubraciones. En esta notable ficción, un personaje secundario se basa nada más y nada menos que en mí, qué me contás. Cuando lo leí hace un tiempo, me pareció un buen trabajo de iniciación para un autor con experiencias de vida extraordinarias pero que viene de saberes distintos a los de las letras.

 

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