10 - 12 - 23



En la mañana vimos ex compañeros de peso que no conocíamos del todo y ellos tampoco mucho de nosotros, pero a los que les habíamos llevado cosas que les mandaron compañeras de Buenos Aires. Vimos con ellos, con el tele en mute y de reojo, la asunción del nuevo presidente. No lo teníamos planeado porque pensábamos para qué amargarse. Pero los compañeros, mientras nos convidaban un desayuno en el que se destacaban alfajorcitos de maicena, tenían la tele prendida y ningunas ganas de apagarla. Coincidimos en que lo que se venía era bravo, aunque diferimos en la culpas del ahora expresidente y de la ahora exvicepresidenta, entre otras pequeñas e incómodas cosas. Me regalaron el libro La otra historia de Rodolfo Cirilo Perdía. Y unas cuantas botellas de vino que ellos mismos elaboraron con uvas de su finca en San Rafael.

Tarde

Después de muchos años volví a la cancha. Jugaba Argentino, club de mis amores, por la final del campeonato mendocino, que ganó. No pude sentir el fervor de la infancia, aunque festejé el triunfo por la alegría de familiares y amigos. Vi el partido desde la popular, una experiencia olvidada que se pudo tornar intimidante si no fuera por el cuidado que me dedicaron los familiares y amigos que fueron conmigo. En algún momento me pensé viejo choto y desvalido hasta que decidí ponerme a cantar y bailar con el resto de la hinchada. Solo por acompañar porque como dije ya no siento el fervor. No sé contra quién jugamos; equipo nuevo en una Liga venida abajo, artificioso, sin hinchas, medio cheto, suficiente como para aborrecer sin querer ni averiguar.

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