Otra de las chicas simpáticas de Aerolíneas me cuenta que han localizado mi valija en Buenos Aires, que apenas llegue a Mendoza me avisan. Compro pantalones. El centro, por calle Las Heras, estallado; apenas podemos caminar. La gente un tanto impaciente, casi agresiva, falta de roce, bah, como siempre. Toda Mendoza ha salido a comprar, pienso. Me dicen que son chilenos porque sale barato cruzar la cordillera. Que los de acá no consumen. Naah. Necesito hilo y agujas. Un flash de realismo mágico en pleno centro mendocino, en General Paz entre Santa Martín y 9 de julio, del lado izquierdo viniendo desde San Martín, a mitad de cuadra: se ha formado una cola de por lo menos diez personas que esperan para entrar en una pinche mercería. ¿Mercería? Serán las ofertas de botones y dedales que por ahí la semana que viene empiezan a escasear. La vieja que atiende, una reaccionaria de la primera hora, odiadora del país y de su gente, gorila. Con ínfulas de viajada y alguna educación. Una pi